jueves, 25 de octubre de 2018

Rubel - "Casas" (2018)




Tras el suceso de su primer disco Pearl, lanzado en 2013. El músico brasileño Rubel Brisolla se tomó su tiempo y ahora nos otorga Casas, un disco que se aleja de la lógica folk de su predecesor y abraza la mixtura musical de géneros diversos como el samba, la bossa y el hip hop.

Cinco años pasaron desde que el músico carioca Rubel Brisolla presentó su primer disco titulado Pearl, allá por 2013. Aquel era un trabajo independiente y muy personal, que daba cuenta del paso del músico por la ciudad de Austin, Texas. Ese encuentro musical propició la línea que siguió el disco: la de un folk calmado y melancólico con intervenciones de banjo y acordeón como destacados. El álbum tuvo una muy buena recepción por parte del publico, y como canción más destacada se recuerda a Quando bate aquela saudade, cuyo video musical tiene más de veintinueve millones de visitas en YouTube.


Pero cuando pasa tanto tiempo entre un disco y otro, siempre se espera un trabajo a la altura del anterior o incluso superador de éste. En Casas, disco lanzado en abril del presente año, Rubel cambia por completo la ecuación y nos otorga una placa en la que prima la mixtura musical de géneros como el hip hop, bossa, samba, ambient y -por supuesto- algo de aquel estilo folk que lo caracterizó siempre. Se trata de un álbum más "cerebral" y de una elaboración más cuidada que su predecesor Pearl (en palabras del propio Rubel), pero no por ello estamos ante un trabajo frío ni carente de emociones: si en Pearl, podíamos advertir cierta lejanía, la principal virtud de Casas es su cercanía y calidez.

A partir del tema instrumental introductorio poblado de instrumentos de cuerdas, nos damos cuenta que estamos ante un trabajo completamente diferente de Rubel, y en seguida en Colégio asoma lo identitario del disco, puesto que se trata de una canción cálida que evoca los tiempos de la infancia y la adolescencia en la escuela, poblada rítmicamente por beats, instrumentos de cuerda y samples, con cierre de instrumentos de viento. Esta canción, junto a Cachorro y Pinguim, aportan una continuidad sonora y hacen al primer bloque del disco.

El samba aparece en Casquinha, canción de rápida factura que ayuda a levantar el clima ("Deja/ que el canto salga ruin/ desde que venga del corazón// Va a honrar la fuerza que te hace cantar/ va a honrar la fuerza que te hace cantar"). En Mantra, retornan los vientos y la percusión que hacen a la canción muy llevadera y cuenta además con la acertada participación del rapero Emicida ("Somos polvo de estrellas nada más/ Frutos del azar, sueltos en el tiempo como nubes/ Luces que cortan horizontes cuando surgen/ Ciclos que cierran, saca así como tu vienes").

En Explodir ("explotar") el clima anteriormente creado se corta. Se trata de una canción dulcemente melancólica, que sigue la línea de Pearl y en su ritmo lento contradice totalmente lo que su título parece indicar. Con gran parecido al estilo de Marcelo Camelo, Rubel canta "Y aunque nos sacasen/ la fuerza del otro, y de uno,/ podríamos ser gigantes/ en un último acorde". El tema cuenta con el cierre de un solo de violín que lo potencia, y sin duda se convierte en el gran quiebre del disco, de tal modo que parece dividirlo en dos partes, y -por supuesto- es uno de sus puntos más altos.
En Chiste, todo dolor parece ceder para dar lugar a las sonrisas. De nuevo se cuenta con la participación de un rapero como Rincon Sapiencia, que en su intervención nos deja una de las frases más comentadas y compartidas de este disco: "Quién dice que el hombre no llora/ con certeza no colabora/ Las lágrimas son como Temer/ Necesario colocar afuera". Le sigue el instrumental de cuerdas Fogueira, que desde su título parece indicarnos que los dolores y la melancolía deben ir hacia ese lugar: la hoguera (o el fuego de la chimenea).


El cierre tiene dos canciones muy buenas: la primera, Partilhar, es sin duda la más representativa del disco y su punto más alto, tanto por la participación de las cuerdas y los vientos, así como las intervenciones del teclado. En cierto punto parece que dialoga con Quando bate aquela saudade: "Si es necesario, yo creo alguna máquina/ Más rápida que la duda, más súbita que la lágrima/ Viajo con mucha fuerza, y en un instante de nostalgia y dolor/ Llego para decir que vine a verte". La siguiente canción, Santana, parece devolvernos a cierto clima melancólico y ambiental, al punto de parecer sumamente hogareño, pero asoma tranquilamente optimista  para redondear lo que, en principio, nos sugería el título del disco. Rubel canta: "Pero ya pasó/ No vuelve más/ Y lo que se vio/ Quedó atrás", y en definitiva todo se trata de eso, del retorno a la tranquilidad del hogar, después de tantos pesares y tanta nostalgia, todo parece siempre retornar al mismo lugar.

Casas termina siendo un trabajo que mezcla más ritmos que su predecesor, y sin embargo su unidad no se pierde en ningún momento. Los temas instrumentales hacen a una correcta subdivisión del álbum y ayudan a separar bien los climas creados en éste. En comparación con Pearl, se extrañan un poco las letras de aquél álbum; además, de a momentos Casas puede hacerse un poco largo. Pero eso es normal, después de cinco años de espera, lo lógico es entregar buen material y con una duración esperable, y este nuevo album de Rubel sin duda cumple con esta premisa.


jueves, 18 de octubre de 2018

Guido M. Delía - "Cumbia y religión" (2017)



Lejos de la poesía del yo y del realismo sucio, en su primer libro de poemas titulado Cumbia y religión, Guido M. Delía (Buenos Aires, 1988) nos regala una obra en la que la comparación con Carver es recurrente; pero el autor crea un universo propio donde el silencio se impone para dar lugar a lo epifánico, a todo aquello para lo que no se encuentran palabras.

El grupo indie vasco Le Mans tenía un tema en su primer disco que se llamaba Jersey inglés. En aquella canción, Teresa Iturrioz cantaba: "No sé si soy feliz porque hace frío/ o por saber lo que voy a oír./ Bailar en la cocina de mi casa/ puede ser una razón.". La canción suena demasiado sencilla, simple, y sin embargo detrás de la cotidianeidad que describe, parece encerrar algo además de esa felicidad transitoria que describe. Algo muy parecido sucede con el primer libro de poemas de Guido M. Delía titulado Cumbia y religión, publicado en 2017 por la editorial Caleta Olivia, En sus composiciones, comparables al estilo del estadounidense Raymond Carver, Delía nos muestra un mundo de una cotidianeidad irremediable, de un paso del tiempo apenas atenuado por instantes de reflexión. Su estilo se basa en una sucesión de imágenes, pero también en un deslizamiento a través de las palabras y el espacio-tiempo que éstas habitan.
                    
          Ya desde ¿Cuánta gente tiene miedo?-poema que inaugura el libro- Delía nos adentra en un mundo donde lo que prima es una sensación de espera. De esperar lo que no se tiene, lo que se anhela, pero también lo que no se puede decir. Mientras tanto, el tiempo corre inexorablemente, pero tampoco hay indicios, en esa espera, de que algo efectivamente pueda cambiar: "Siempre en un círculo al que no puedo romper./ Siempre jugando a la vida que no mata./ Siempre con el llanto de la distancia/ que calma un tiempo ausente. Siempre con miedo." En Nada tiene sentido, la sensación de espera y de circularidad inquebrantable se intensifica, y el yo de la enunciación se ubica en un lugar de espectador en el que nada le pertenece y todo se le escapa de las manos: "Todo tiene que servir. Nada está preparado para que no tenga relación./ Todo está bien o mal pero nada incorporado a algo./ ¿Es eso vivir entonces? ¿Que nada sea parte de algo? ¿O que nada sea mío?".
        
          El aburrimiento, el tedio y la monotonía se hacen presentes en Tele todo el día, un poema que da cuenta de la vaciedad y sirve como un lamento del tiempo perdido, verdadera causa de una soledad que se retroalimenta: "Miraba tele todos los días./ Esa fue mi rutina varios años./ Con la cabeza para abajo, y las piernas/ tocando casi el techo./ Veía la imagen/ dado vuelta. Porque ya aburrido/ No podía aguantar la soledad." En Ya sé, se deja entrever que este período de espera también otorga sus lecciones: "Ya sé esperar lo que no llega./ Ya sé que los hombres de vello son mansos./ Ya sé que el filo no es tan filoso./ Y la mano extendida no es tan preciosa." Pero la honda melancolía vuelve a reflotar en La tranquilidad de casa ("La tranquilidad de casa/ habita su sitio de privilegio/ como un hogar que suspira recuerdos/ en la nube colorida del dolor").
         
          En La muerte, las conversaciones con un amigo pueden ser el disparador para reflexionar acerca de lo efímero de la vida: "De a poco voy sintiendo que la muerte será/ es (o no) un silencio deformado en situaciones/ que alguna vez viviré." Este silencio parece ser el principal obstáculo de un sujeto inmerso en la monotonía, consciente de lo huidizo que es el presente. Una manera de lidiar con este presente, tal vez sea asumir esos silencios, del mismo modo que se asumen los errores, tal parece ser la única manera de aprender en Cometo errores: "Es sabido que cometo errores, como todos./ Y que guardo silencio, mientras almuerzo./ Yo callo por eso. Me queda perfecto".
            
           A través de toda la obra, se suceden las diversas formas en que el sujeto trata de atenuar el peso de la existencia: salir a tomar cerveza con amigos, escuchar cumbia, ver televisión, comer en un restaurante o ir a la cancha. Todas son formas de distraerse del vacío, y sin embargo después de todas esas experiencias lo único que queda son las imágenes y algo oculto, inexpresable, que sólo asoma en instantes epifánicos, pero que no se muestra del todo. Lo que parece decir Delía en sus páginas es que tal vez la vida sea eso: buscar constantemente algo que sólo se nos puede revelar parcialmente, y una forma de búsqueda ha de ser la poesía: "Quiero ser poeta sin dinero. Para que me digan/ cosas de alguien desconocido. Y hablarles/ a ellos para calmar mi alma rejuvenecida/ por la lírica de la constelación del día/ que hace los sueños verdaderos" afirma en el poema que cierra el libro.
         
           La poesía se muestra como destino y como manera de hacer frente a una realidad inaprensible, como un modo de no sucumbir ante lo irremediable. En este sentido, el título del libro plantea una interesante dualidad: por un lado, la cumbia, que parece un ritmo siempre igual pero que aparece de formas distintas; por otro, la religión, pero no en el sentido de ninguna institución, sino más bien de algo espiritual. En medio del ritmo ajetreado que plantea la vida, es preciso escuchar sus silencios para saber apreciarla y, al mismo tiempo, es preciso aquietar el espíritu para después transformarlo. Sin silencio no hay música, y sin quietud no hay movimiento. Tales son los principales temas que plantea este buen -y recomendable- debut literario.