lunes, 30 de noviembre de 2020

La agonía: "El diablo probablemente" (1977), de Robert Bresson

 Estrenada en 1977, bajo los efectos todavía latentes de las crisis del petróleo, El diablo probablemente se trata de un film que condensa el espíritu de su época acerca de la falta de valores e ideales, además de la desconexión emocional entre las personas. Obra sumamente nihilista y desencantada, también se adelantó a su tiempo al exponer varios problemas que continúan en la actualidad.

La premisa de un director como Robert Bresson acerca de su cine es muy sencilla: “Prefiero que la gente sienta una película antes que la entienda”. De este modo ha ido desarrollando una vasta filmografía en el panorama francés, distinguiéndose de la nouvelle vague con una búsqueda propia. En sus films no hay experimentalismo, en cambio se ha caracterizado por un estilo depurado de poco diálogo, fuerte significación de los planos, silencios y una aparente baja intensidad en el desarrollo de la acción. En los films de Bresson es el espectador el que llena la película con su propia visión, como cuando el narrador de El pozo, de Juan Carlos Onetti, hablaba de los hechos al referirse a estos como algo siempre vacío, del mismo modo en Bresson los hechos dependen de los sentimientos del espectador.

En el año 1977 el mundo todavía sufría los coletazos de las dos crisis del petróleo. Fue durante estas crisis que se empezó a gestar el mundo que hoy conocemos, signado por una fuerte desigualdad económica y desempleo masivo, y el inicio de una marcada desactivación industrial. En América Latina esto tendría su correlato en la instauración de dictaduras militares que se encargaron de activar planes económicos anti-industriales y anti-populares, los cuales se fueron intensificando en mayor o menor medida con el regreso de las democracias. En Europa, se empezaron a producir estos cambios económicos bajo el eufemismo de la “modernización”, y así la encaró el presidente de la República Francesa Valéry Giscard d’Estaing.

En medio de este clima de incertidumbre ante el nuevo orden económico y social que se estaba gestando, fue que se estrenó la película de Bresson. La cinta empieza con los titulares de un diario en el que habla de un joven que se suicidó en Pére-Lachaise, y en un segundo titular aparece que en realidad el joven había sido asesinado, por tanto, asistimos a una reconstrucción de los hechos que han llevado a este joven a la muerte.

Charles es un joven que no estudia ni trabaja, pero es mantenido por sus adinerados padres. Se dedica a impartir clases al lado de un río, a mendigar y andar sin rumbo por las calles. Junto a sus amigos asiste a mítines políticos o religiosos, como buscando una respuesta ante su desazón, pero no la encuentra. Muestra cierto interés cuando observa imágenes de animales siendo torturados y asesinados innecesariamente o frente a los datos de la evidente contaminación ambiental que existe en el mundo. Los datos son para él una realidad dura que refuerza su desencanto con la sociedad. La falta de lógica que observa en la vida diaria le hace pensar constantemente en el suicidio y no espera más de la vida que “hacer el amor como un animal”, como le dice a su amigo Michel, quien en cambio sí cree en los valores del amor y la hermandad entre las personas.

 

En el plano de las relaciones, Charles está envuelto en un triángulo amoroso con Edwige y Alberte. El amor se muestra en la película como una serie de gestos calculados, encuentros sexuales breves y palabras vacías que nunca terminan de satisfacer a ninguno de los involucrados. Esta distancia emocional puebla el film en todos sus planos. Dicha distancia, más las ideas que danzan constantemente crean un clima de absoluto escepticismo y desencanto. Charles sólo muestra interés en ayudar a un amigo drogadicto llamado Valentín, quien anda por las calles y las iglesias robando. Al igual que él, Valentín se encuentra sin rumbo y no muestra interés alguno por encajar en la sociedad. 

La fragilidad de los vínculos y las ideas más la imposibilidad de compromiso con una causa real para cambiar la sociedad son los temas que surcan esta pieza de Bresson. Algo de esto ya se veía en su anterior film Cuatro noches de un soñador (de 1971, versión libérrima del relato Noches blancas, de Dostoievsky) y alcanzaría su máximo cénit en la posterior El dinero (1983). La fuerza de El diablo probablemente radica precisamente en la acentuación de lo frágil que se torna el horizonte ante la falta de perspectiva y valores en una civilización que agoniza. El sentimiento del espectador hace el resto.